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Alejandra Ramirez Vidal
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La vida que vivo

Alejandra Ramirez Vidal
De Alejandra Ramirez Vidal12 mar. 2024 Lectura de 3 minutos

"Eso sí que es vida", piensa la gran mayoría cuando ven mis publicaciones. Y tienen toda la razón, porque vivir viajando parece la utopía de muchos, pero detrás de esta forma de sentir el mundo, hay desafíos y un nivel de consciencia supremo absoluto para que sea posible, sostenible y disfrutable.

A mis 17 años, viajé sola a Australia con el propósito de aprender inglés un semestre, pero nunca utilicé el pasaje de regreso a Colombia, porque hay países que en un instante te muestran lo que tu alma no había podido ver.

Entendí que me gusta el movimiento, que he creado mis propios ritmos, que no me mantengo fija sin cambios, que para evolucionar hay que incomodarse, y que eso de aprender a vivir cada día no es un cliché.

Haber recorrido 68 países a mis 33 años me ha dejado claro que hay tantas formas de vivir como estrellas el cielo.

Alejandra Valdez

Hay quienes viven para complacer a los demás.

Hay quienes viven para trabajar.

Hay quienes viven porque no hay otra cosa que hacer.

Yo he aprendido a vivir para vivir.

Desde hace tres años, soy nómada digital: mi oficina es cualquier parte del mundo que tenga Internet. Desde una computadora, hago entrevistas, creo pódcast, edito videos y armo campañas publicitarias. El 70 % de mi tiempo, grabo con un celular todo lo que vivo para crear contenido, manejo mis redes, autogestiono mis proyectos, reviso propuestas de colaboraciones, administro mis finanzas y sueño con lo que viene.

He aprendido a ver la diferencia entre vivir como sinónimo de respirar y vivir como sinónimo de "la vida es ahora". En vivo, sin esperas y sin atajos.

Empecé a viajar creyendo que el mundo era mi casa, pero después descubrí que soy mi propio hogar, que todo lo que tengo está dentro de mí. Esta comprensión me ha permitido tejer dinámicas que prioricen mi bienestar, que construyan una estabilidad en medio del movimiento; por ejemplo, desconectar, que va muchísimo más allá de dejar el celular a un lado o apagar la computadora.

Alejandra Valdez

Actividades que nutren mi desconexión:

  1. Hacer mi ritual de luna llena.
  2. Cuidar las plantas en mi camioneta.
  3. Escribir tres cosas diarias que agradezco en mi vida.
  4. Sentarme en la arena de la playa a ver un atardecer.
  5. Regalarme un día entero para cuidar mis uñas, mi pelo, preparar a mi gusto y sin apuro todas las comidas del día.
  6. Salir con mi sobrino Pedro y tener un día donde solo sea tía.
  7. Alquilar una moto o una bicicleta y salir a recorrer el lugar donde esté.
  8. Salirme de la ruta de siempre y llevar mi camioneta hasta un lugar donde pueda observar las estrellas.
Alejandra Valdez

Y aunque a veces ser nómada digital se siente como estar en modo avión, viajar me enseña a vivir, y desconectar me enseña a disfrutar de lo que mi trabajo produce.

Desconectar es necesario, es prioridad, es un guiño a la salud mental en tiempos donde la inmediatez parece intentar asfixiarnos. Hay una humanidad que cuidar, aquello por lo que lloro, eso que tanto extraño, lo que no salió como imaginé, los ciclos de toda mujer. Mirarme al espejo todas las noches y preguntarme: "¿sigo siendo yo o solo soy una marca, un producto digital?, ¿quién es Alejandra sin los viajes?

Desconecto para volver a mí, para seguir aquí, para seguir siendo auténtica. Desconecto para sentirme viva, presente, capaz, vulnerable. Desconecto para conectarme con lo más importante, lo que mi trabajo no puede comprar.

Alejandra Valdez

Ser nómada digital y poder viajar me ha regalado una certeza que ya no pesa: soy muchas versiones de mí. La que estuvo en el tren más largo del mundo, durmiendo sobre arena y polvo; la que visitó el volcán Bromo, en Indonesia; la que viajó a Croacia y vio el atardecer en Zadar; la que vive en una camioneta mientras hace un doctorado; a la que echaron de Australia a los 21 años; la que convivió con caníbales en Papúa Nueva Guinea; la que viajó al Amazonas de Brasil con su mamá; la que bailó hasta que le salieron ampollas en los pies en el Tomorrowland de Bélgica; la que pasó cuatro días en un hospital de Colombia con su papá después de una operación.

A todas las reconozco, las celebro y las aplaudo sin pena. Porque nadie más lo va a hacer por mí. Porque cuando entiendes que la vida es ahora, la vives de todas las maneras posibles.