Dave y yo nos alojamos aquí durante la segunda parte de nuestra luna de miel que celebramos en agosto de dos mil siete. Está escondido en una pintoresca calle lateral, que parece la más antigua de América del Norte, en el casco antiguo de la ciudad de Québec. Mantén los ojos bien abiertos porque está allí. No tuvimos ningún problema con el registro y además fue ágil. La señora del mostrador principal nos condujo hasta la misma habitación.
Nuestra habitación era estándar, situada en el piso principal del hotel, pero éste no es un hotel estándar. En el centro hay un patio abierto con un restaurante. La puerta de nuestra habitación daba directamente al restaurante, lo que causaba problemas de privacidad (teníamos dificultad con manejar las persianas) y el ruido. Una noche, era especialmente bullicioso porque se celebraba una fiesta justo afuera, en nuestra puerta y no podíamos hacer nada al respecto. Llamamos al personal de recepción para preguntarles si podían hacer menos ruido.
La habitación, cuya decoración era bonita, estaba limpia y disponía de una cómoda cama y buen espacio para sentarse. Me gustó el cuarto de baño y aunque la bañera era un poco pequeña, la ducha nos compensó (espaciosa y con dos alcachofas).
El hotel servía el desayuno todas las mañanas en el restaurante de al lado, Toast, que consistía en huevos, bacón, cruasanes, fruta, cereal y más cosas, y para beber café, zumo, té o lo que te apeteciera.
El servicio era el típico, nada de lo que quejarse pero esperaba un poco más de un hotel como éste.