Privilegiadamente ubicado cerca del río St. Johns, decorado en estilo contemporáneo, y una adecuada separación entre mesas, que preserva la intimidad de los comensales, en una sala impecablemente limpia. Excelentes tanto el solomillo que cenó mi pareja, como el entrecôte por el que yo opté. En ambos casos, carnes jugosas, tiernas y sabrosas.
Sus postres, deliciosos. En concreto el pastel de queso. Un regalo para el paladar.
Extensa y bien representada bodega, con vinos nacionales y extranjeros, a precios adecuados. Magnífico servicio, cuyo personal, en todo momento, se mostró atento y cordial con nosotros. Sin duda, un templo gastronómico en Jacksonville, donde deleitarnos con su extraordinario arte culinario. Totalmente recomendable (conviene reservar)